“Viva la lucha del pueblo
saharaui” es lo único que entiendo entre la jarana de voces con la que los
presos saharauis conquistan la sala del Tribunal Militar de Rabat. Son 24
civiles, acusados de dañar la seguridad interna y externa del
Estado -entre otros
detalles que adornan la acusación- durante el desmantelamiento del campamento
de resistencia Gdeim Izik, que se libró en noviembre de 2010 y al que Marruecos
puso fin con una violación de los derechos humanos, solo una vez más.
Una
cuarentena de observadores internacionales, llegados desde Francia, Italia y
España, presencia la entrada de los activistas al juicio, suspendido por segunda
vez. La imparcialidad debe lucir en la percha de los observadores, quienes tienen
como misión velar por el desarrollo legal del proceso. Menos mal que no hay enser
que demuestre lo que late en el corazón de cada uno. Con la entrada triunfal de
unos presos que llevan más de dos años en la cárcel al grito de “Sáhara libre”
y alzando bien alto el signo de la victoria saharaui con sus manos, apenas
puedo contener la sonrisa. Aprovecho cualquier descuido de la fuerte presencia
policial que nos rodea para intercambiar un tímido gesto con los presos. Ellos,
sin necesidad de contener su alegría por la lucha, responden con creces. También
tanteo provocar con la mirada a la policía, busco, en sus ojos, que me
confiesen que no creen cien por cien en lo que hacen, supongo que al igual que
España busca la complicidad en nuestros cuerpos de seguridad, que más que un
ciudadano que padece las reformas del Gobierno, parecen un ente ajeno a todo
mal. Pero las fuerzas marroquíes solo contestan con una leve inclinación de su
mentón hacia arriba. Son serios, enteros, fríos, fuertes.
Ambas
partes alegan falta de testigos y el tribunal se levanta a deliberar si se
pospone, una vez más, el juicio. Aprovecho para acercarme a los presos, que dan
las gracias sin descanso por la presencia de los observadores. Me aproximo a
ese que tiene cara de haberse metido en todos los jaleos posibles. Es alto,
joven y destaca por su desbordante alegría. Abdeljalil Laaroussi me comenta que
ya no es torturado. “Las cosas han cambiado desde hace un año, la presencia de
observadores consigue que disminuya la represión hacia nosotros”. Comen mal, no
tienen derecho a médico por ser saharauis, y ya hay alguno enfermo de corazón.
Son jóvenes, pero su situación les ha dibujado arrugas de un tiempo que no han
vivido. Le pregunto si le torturaron. “Por supuesto”, contesta. “Me arrancaron
las uñas, tengo las rodillas destrozadas y no me dejaron dormir durante días”.
En el caso de Laaroussi fueron cinco días seguidos de tortura que ahora
recuerda sin titubear. Él me ha calado. “¿Quién eres?”, pregunta. “Soy abogada”
contesto guiñándole un ojo. Él sonríe y dice: “Periodista, gracias”. Entonces
la policía, que aunque no entiende el idioma sí entendió de complicidad, me
obliga a marchar.
Conversan,
se levantan del banco para saludar a los presos. Nervios, risas, espera. Son
los familiares de los acusados. Brahim, hermano de uno de los 24, resuelve mis
dudas.
-“Por
qué estáis así de contentos?”
-Porque
para nosotros es un honor que ellos estén ahí, representando la lucha del
pueblo saharaui.
Me
quedo muda. Yo esperaba familias llorando, impotentes de ver a sus hijos y
hermanos en el banquillo de los acusados solo por pedir la independencia de su
pueblo. Esperaba conmoción, rabia contenida, gritos de desesperación. Y los
saharauis, empeñados en dar lecciones de humanidad una y otra vez, prefieren
sufrir en sus carnes la injusticia de una mano opresora, por palpar en un
futuro no lejano la libertad de su pueblo. “Acércate”, me dice una de las
hermanas, “Siéntate entre nosotros que tengo miedo a que nos vea la policía”
añade. Por un momento vuelvo a los campamentos de refugiados de Tinduf, al
cariño que desborda sus gentes y a su palabra incondicional. Es ella quien me
coge la mano, quien me ofrece su confianza y su historia sin la certeza de que
eso pueda costarle caro. Para llegar a Rabat han pasado varios controles en los
que la policía los ha retenido durante horas, pero ellos ya están
acostumbrados. En la tierra ocupada, bloquean la llegada de comida a muchas de
sus tiendas, explotan los recursos de sus tierras sin beneficio alguno para la
población saharaui, impiden el progreso escolar de sus pequeños, son detenidos
en plena calle por el hecho de ser saharauis y llevados a comisaría durante
horas. Violados, torturados, humillados.
Brahim se lo pone fácil a la policía,
“Cuando voy por la calle y me piden la documentación yo digo quién es mi
hermano”. Su hermano es uno de los presos de Gdeim Izik y uno de los mayores
activistas de la causa saharaui, “Ya no tengo miedo a que me peguen” añade.
El
Tribunal vuelve a la sala tras tres horas. El juicio se pospone hasta el
próximo 8 de febrero. Se escuchan sollozos. No son saharauis, son las madres de
los policías marroquíes que presuntamente murieron en el desmantelamiento del
campamento Gdeim Izik. Es una historia oscura, con un claro principio, pero con
un nublado final.
Los
presos se retiran al son de un cántico en hasanía –su dialecto- que reivindica
sus derechos. Son héroes para su pueblo y ejemplo para los que estamos en esta
lucha con ellos. Pone los pelos como
escarpias ver su valentía aun cuando tienen en frente a su opresor. El pueblo
saharaui mantiene una lucha de palabra que dura ya más de 20 años, a los que hay
que sumar el periodo de conflicto bélico previo. ¿Por qué resisten sin recurrir
a las armas si no es porque su causa es justa? ¿Por qué los organismos
internacionales no toman un papel activo ante la violación de derechos humanos?
Por qué, por qué. A la salida del juzgado, varios medios internacionales y
decenas de manifestantes saharauis siguen haciendo ruido con varias pancartas y
fotografías que muestran la violación sistemática de su condición de ser
humano. Una niña, vestida de rosa, con ojos negros y con la inocencia propia de
la infancia, sigue los pasos de su madre que grita a pulmón abierto. Me
pregunto si esta niña cuando crezca podrá disfrutar de su tierra sin represión,
o si por el contrario será ella quien acuda a los juicios a velar por algún
familiar, si será violada y torturada.
No hay
derecho. Marruecos culpable, España responsable, Francia cómplice. Y que siga
el circo a costa de miles de personas.