martes, 11 de diciembre de 2012

Aceitunero, tesoro de Jaén

Se levanta cada mañana cuando el sol aún no ha salido. Le espera una intensa jornada de trabajo en el campo. Este oficio no se anda con chiquitas y espera cada día que esa persona de lo mejor de sí mismo, pues de él depende en gran medida la producción que se obtenga. Está claro, hablo del agricultor jiennense. Esa persona —hombre o mujer— que está hecha de una pasta diferente: el campo no es solo su forma de subsistencia, sino su vida y su ser. El agricultor mira al olivo con un cariño especial que este devuelve cada diciembre en forma de aceituna. Los días y los meses se suceden hasta que el tiempo de la recogida recompensa su trabajo diario. Dicen que las personas son el ser más dependiente de la madre naturaleza, creo que en esa percepción no tuvieron en cuenta el olivo. Solo el que trabaja cada día la tierra sabe cuánto necesita ella de nosotros. La corta, la poda, la cura y hacer los suelos entre otros, son muchas de las necesidades anuales que nuestro mar verde requiere. ¿La recompensa?: una buena producción de aceituna, en grandes cantidades y con rendimientos para que nuestra marca de aceite de oliva Virgen Extra siga siendo la primera potencia mundial. Se acerca el invierno y con él la temporada. Ya sabemos que este año la producción es muy escasa, que los casi cinco millones de parados estarían dispuestos a "invadir" Jaén para trabajar, y que los inmigrantes comienzan a agolparse en la Estación de Autobuses –principalmente- en busca de una oportunidad. Ojalá hubiera para todos. Pero el campo es caprichoso y tras un año de intensa sequía, la tierra tiene los labios sedientos de agua, que no de amor. Porque de eso le sobra.

Esta mañana se ha levantado temprano —sigo hablando del agricultor jiennense–, ha "echado la capacha" y ha despertado a toda la familia para irse al campo. Aquí no hay vacaciones de Navidad, todos tienen algo que aportar a la recogida y desde la ama de casa hasta los hijos estudiantes y los abuelos jubilados ponen su granito de arena para una jornada laboral en la aceituna. Las mañanas son frías —demasiado—, pero cuesta más pensarlo que hacerlo. La escarcha de las ya usuales heladas comienza a derretirse cuando los primeros rayos de sol iluminan la copa de los árboles, para entonces los aceituneros ya han dado más de un palo a las ramas. El refajo, los guantes, las rodilleras, el pañuelo o gorra para cubrir la cabeza… No puede faltar nada, después no hay tiempo para hacer un alto en el camino.

A las diez de la mañana ya empiezan los primeros "¿qué hora es?", "¿cuánto falta para comer?" por parte de los más pequeños. Después de toda una intensa mañana de trabajo la una del mediodía cae como agua de mayo en los estómagos de los agricultores, un impulso para coger fuerza hasta la tarde.

El ruido de vareadoras y sopladoras taparon un poco la esencia de las charlas en los tajos, donde las mujeres —arrodilladas a las faldas de los olivos— hablaban sin cesar de sol a sol a la par que recogían las aceitunas del suelo. Pero aún hoy, entre el chirrido de las nuevas tecnologías pueden escucharse las inquietudes de los aceituneros. La recogida de la oliva es trabajar, claro que sí, pero la sensación de bienestar, de paz y humildad que el campesino siente pesa más que la connotación negativa. Es Navidad, así que entre olivo y olivo también hay un hueco para un mantecado o un trozo de turrón. Solo los aceituneros que saben disfrutar de esta época encuentran una sonrisa en cada situación que el día en el campo les ofrece, solo ellos saben —por ejemplo— que para sentarse en la tierra a la hora de comer, hay que buscar un rayito de sol que caliente los pies pero que no moleste en la cabeza y que las frases "!a comer!" y "¡a recoger"! producen una extrema alegría.

El olivarero jiennense sabe de sencillez y humildad. Es un hombre culto, que se ríe de aquellos que piensan que por ser de campo es analfabeto, pues es el mejor maestro de valores y lecciones de vida de cualquier profesión del mundo. Además aquella aceitunera que solo cogía olivas del suelo ha quedado en el olvido. Ahora la jiennense desenfunda su piqueta y sacude las ramas como si no hubiera mañana. Los tiempos cambian, las maquinas y los productos del campo avanzan, pero el que no sabe disfrutar de un día de aceituna con la familia, "ese no es jiennense ni es ná". Porque el mejor aliado del agricultor es una buena sonrisa y la predisposición a que cada día el campo nos enseñará algo nuevo, con el esfuerzo por bandera y la recompensa de nuestro inigualable aceite ondeando bien alto.

Miremos donde miremos los jiennenses tenemos la suerte de disfrutar de lo que nosotros llamamos "un mar de olivos", y si algunos extranjeros eligen la costa para pasar las vacaciones, son otros muchos los que prefieren pasear por las Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas, por Martos —que es cuna del olivar—, así como por cualquier rincón que nuestra provincia ofrece, porque allá donde haya un trozo de tierra brillará un olivo dispuesto a sustentar una población agraria, que nace al calor de un refajo y crece a la par que sus olivos.

Nosotros no echamos aceite al pan, nosotros echamos pan al aceite, y un bocadillo con mantequilla hiere nuestros sentimientos. Si pasar un par de meses en el campo —trabajando el arte de la naturaleza, compartiendo el pan y lecciones de vida, intercambiando sonrisas entre rama y rama de olivo y enseñando de padres a hijos uno de los oficios más puros del mundo—, es un sacrificio, entonces seamos aceituneros siempre. Que el mundo envidie nuestro aceite y Jaén sea referente mundial


Artículo publicado para Diario JAEN (octubre de 2012).